KANDINSKY Y LA BELLEZA DE LA SINESTESIA
“El color es un poder que influencia directamente al alma” o eso decía él: nuestro gran Wassily Kandinsky. Y, a decir verdad, cualquier persona que contemplase al menos una de sus obras, podría confirmar que razón no le faltaba.
La admiración por el color y las formas fue la base de su ADN artístico, y la esencia de un mundo pictórico y espiritual que le llevaron a ser considerado pionero del movimiento abstracto.
Fue tal su sensibilidad por la cromática, que llevó a cabo un estudio sobre el color. Kandinsky, quien podía oír colores y ver sonidos (sinestesia), quería averiguar cómo se percibían las distintas combinaciones cromáticas. Estaba convencido de que una forma concreta podía transmitir un mensaje, pero si cambiaba el color, el mensaje cambiaría con él. Por eso, el espectador reaccionaría de una manera u otra, según la combinación de forma-color que cada autor utilizase en su obra.
Se trata de una expresión espiritual que va más allá de lo superfluo.
De 1910 a 1914 Kandinsky pintó obras de tres categorías diferentes:
las impresionistas, inspiradas en la naturaleza,
las improvisaciones, que reflejaban expresiones de emociones internas,
y las composiciones, basadas en una fusión de intuición y gran rigor compositivo.
Fue en el Museo Pompidou de París donde pude experimentar, en primera persona, el gran sentimiento interior que subyace de sus pinturas. Esa sinestesia convertida en don alcanzando su máximo esplendor.
En una ocasión comentó que “Una persona debe ser ella misma, debe tener el valor de decir: soy yo, eso es lo que soy. No es fácil. A todos nosotros nos encanta gustar”, pero cuesta creer que tanta identidad se crease, ni por un segundo, en un intento por agradar al público. Porque pese a todo, él era el que se entendía a sí mismo como nadie más podía.
Con Kandinsky cerramos la puerta a nuestro viaje por París, pero abriremos otras nuevas para descubrir juntos el mundo interior que esconden dentro.