Cuando el espacio nos ayuda a ser mejores

12 Feb, 2021

En las memorias del arquitecto de Hitler, Albert Speer, se cuenta cómo entre los dos diseñaban los espacios para ensalzar la figura del führer y provocar la sensación de miedo en el visitante. Por ejemplo, cualquiera que quisiera tener una audiencia con Hitler tenía que atravesar 220 metros de un pasillo lúgubremente iluminado hasta llegar a una enorme e incómoda sala en el que se sentía dominado y pequeño.

Y en el polo opuesto encontramos al creador de la metodología educativa de las escuelas de Reggio Emilia, Loris Malaguzzi, que consideraba que el espacio era un maestro que ayudaba a los niños a encontrar seguridad e independencia, a afianzar su emocionalidad y potenciar su personalidad. Algo así como un «tercer maestro» después de los profesores y los padres. 

Sus escuelas estaban diseñadas para fomentar la independencia de los niños. Los libros y el material estaban a su alcance, el perchero y los lavabos pasaron a ser de la altura de los niños, las mesas se disponían para fomentar la relación y la ayuda entre compañeros, y la clase estaba conectada con el exterior. De esta forma los niños podían ser autosuficientes sin necesitar a los adultos para nada.

Lo que demuestran estos dos ejemplos es que el espacio es determinante en nuestro desarrollo como personas y profesionales y puede influir radicalmente en cómo nos sentimos, y por lo tanto, en cómo hacemos las cosas. Curiosamente a pesar de la potencialidad de influencia del espacio, éste pocas veces está pensado y creado a conciencia para ayudarnos a ser mejores y trabajar mejor.

En el caso de las profesiones creativas, que se basan en la inspiración y buscan soluciones a problemas en todo aquello que les rodea, el espacio puede ser determinante y ayudar a que las ideas fluyan o, de lo contrario, empobrecer la comunicación y la colaboración.

Hace varios años ya que se acuñó el concepto Activity Based Office que defiende que si hacemos muchas actividades muy distintas no deberíamos estar todo el día en la misma mesa, sino tener un espacio para trabajar con el ordenador en solitario distinto del que tenemos para tener una reunión informal y distinto del que usamos para una presentación a un cliente.

El trabajo de las profesiones creativas requiere de muchas distintas actividades para completarse: investigación, análisis y digestión de la información, ideación individual, ideación colectiva, exposición de ideas interna y externa, ejecución…Todas estas actividades requieren una situación emocional y una predisposición completamente diferentes, y el espacio tiene esa capacidad de favorecerlas en nuestro beneficio. En vez de estar siempre en la misma mesa con un ordenador delante, que apenas nos deja ver nada más, deberíamos confiar en los diseñadores de espacios para generar atmósferas distintas que nos ayuden a estar ultra-concentrados o a divagar del modo más absurdo.

Y no se trata de poner una mesa de ping pong o un tobogán en la oficina, sino de diseñar específicamente un espacio de acuerdo a la cultura de la organización, a las personas concretas que la forman y a las actividades que realizan.