Construir sin final para que la arquitectura siga respirando
Una mirada hipnótica y un legado infinito
La figura de Enric Miralles atrapa desde el primer instante. Ya sea por su enigmática mirada, por su partida temprana o por ese universo de frases, dibujos y proyectos que nos ha dejado como herencia. Su legado destaca como uno de los pilares más influyentes de la arquitectura contemporánea y, al mismo tiempo, como una de las expresiones más vibrantes de la cultura catalana. Miralles no solo fue arquitecto: también diseñador, fotógrafo y profesor. Un creador poliédrico cuya mirada transformaba lo cotidiano en poesía construida.
Una fuerza de la naturaleza
De carácter vitalista y arrollador, quienes lo conocieron lo describen como una presencia magnética. Benedetta Tagliabue —su compañera sentimental y profesional— lo definía así:
“Enric era una fuerza de la naturaleza, una persona de una intensidad increíble. Parecía muy cercano y sencillo, y al mismo tiempo capaz de sorprenderte cada vez. En arquitectura siempre sabía dar una nueva visión de lo que era una base común que tenía la virtud de fascinar. Yo le decía que era un hipnotizador”. Ese poder de atracción se percibe en su manera de proyectar: capaz de reinterpretar lo más simple, de dotar a un espacio común de un aura inesperada, casi mágica.
Los primeros pasos: curvas, acero y hormigón que respiran
Su carrera comenzó a destacar antes incluso de terminar sus estudios de arquitectura en Barcelona. Trabajó junto a Helio Piñón y Albert Viaplana, quienes reconocieron su talento precoz e incorporaron su creatividad a proyectos urbanos como la Plaza de Sants.
A finales de los años 80, junto a su primera socia y pareja, Carme Pinós, consolidó un lenguaje arquitectónico audaz: estructuras asimétricas, curvas tangentes, acero y hormigón convertidos en pura expresión visual.
De ese periodo nace una de sus obras maestras: el Cementerio de Igualada (1994), un espacio telúrico que respira land art y que hoy es considerado uno de los grandes hitos de la arquitectura contemporánea. Allí, entre geometrías que dialogan con la tierra, descansa el propio Miralles.
EMBT: la madurez creativa junto a Benedetta Tagliabue
Los años 90 marcaron el momento de mayor plenitud en su trayectoria. Junto a Benedetta Tagliabue fundó el estudio EMBT Arquitectes, desde donde desplegaron una arquitectura lúdica, experimental y profundamente ligada al contexto cultural.
En esta etapa, la materialidad se volvió esencial: colores, texturas y referencias locales dieron lugar a proyectos tan icónicos como el Mercado de Santa Caterina en Barcelona, el Parlamento Escocés en Edimburgo o el Pabellón de la Meditación en Unazuki, Japón.
Cada obra se entendía como un juego, un reto, un viaje abierto a múltiples interpretaciones.
Arquitectura inacabada, arquitectura viva
Para Miralles, un edificio nunca debía cerrarse del todo. “Me gusta moverme en un nivel de propuestas más que de seguridad absoluta”, decía. En esa idea radicaba su filosofía: la arquitectura como proceso continuo, como organismo vivo capaz de transformarse con el paso del tiempo.
Su estilo fue exuberante, juguetón, profundamente libre, siempre atento a la emoción humana. Esa combinación de rigor técnico y sensibilidad poética lo convirtió en un creador irrepetible.
Conclusión: el arquitecto que nos enseñó a mirar distinto
El mundo perdió demasiado pronto a Enric Miralles, pero su huella permanece en cada proyecto, en cada plano, en cada dibujo inacabado. Su arquitectura no es solo forma o función: es un lenguaje vital, lleno de metáforas, que invita a mirar los espacios de otra manera.
Gracias a Benedetta Tagliabue, que ha mantenido vivo el espíritu de EMBT, su legado sigue inspirando a nuevas generaciones de arquitectos y diseñadores.
Miralles fue, y seguirá siendo, un arquitecto con alma. Un visionario que entendía la arquitectura como un juego infinito donde lo humano, lo poético y lo matérico se encuentran en un mismo gesto.