André Bruyère y la sensualidad de las formas
Nuestro viaje a París fue una fuente de inspiración inagotable. En el Centro Pompidou pudimos ver también la obra de André Bruyère, el arquitecto francés de posguerra que destaca por su carácter inconformista y de rechazo al funcionalismo desvirtuado.
Tras graduarse, en 1934, en la Escuela Especial de Arquitectura de París, André Bruyère (1912-1998) colaboró en los estudios de Emile Aillaud (1902-1988) y André Ventre (1874-1951). Durante la Segunda Guerra Mundial colaboró con la Resistencia francesa, a través de las Forces françaises de l'intérieur (FFI). Y tras la Liberación, se encargó del montaje de los desfiles y las fiestas de la Victoria o las ceremonias en memoria de las víctimas del nazismo (por ejemplo en Royallieu, 1946), encargándose de la ejecución de monumentos conmemorativos, como el de Mauthausen (1949-1950).
Durante la posguerra, André inició colaboraciones con diversos pintores y escultores que dotarán a su obra de una personalidad diferenciadora y aspecto poético, buscando la síntesis de todas las artes. Con Fernand Léger (1881-1955) trabaja en el proyecto de Village Polychrome (1953), cerca de Biot, un complejo residencial con vistas al Mediterráneo, que evita recurrir a los austeros volúmenes prismáticos propugnados por el funcionalismo y, por el contrario, emplea piezas asimétricas y formas onduladas.
Uno de los espacios más interesantes es una villa para invitados, caracterizada por una cubierta abovedada, posiblemente de hormigón, que se apoya puntualmente en perfiles metálicos con forma de V. La cubierta, de carácter autónomo, protege los espacios habitacionales y acota un espacio exterior. Con connotaciones poéticas, una pequeña cascada cae, salpicando, desde una perforación circular abierta en la cubierta, generando un pequeño arroyo que salta libre.
Este arquitecto siempre fue en contra de los dictados del racionalismo, buscando una arquitectura cada vez más humana. Por eso, en la década de 1960 vemos una arquitectura sinuosa, de formas curvas, redondeadas y ovoides. Para él, sólo es habitable un universo poético y sensual, donde no tiene cabida la línea recta, a la que considera un insulto a la inteligencia humana.
Los proyectos de decoración rechazan igualmente la ortogonalidad, incluso en la formalización de los techos, centrándose en las formas sinuosas. Destacan las sedes bancarias para el BNCI (posteriormente BNP), que realiza por toda Francia en los años 60. El diseño de mobiliario también participa de estas ideas, proyectando piezas curvadas y de formas asimétricas.
Pero sin duda, la obra que aglutina todas estas características es el hotel La Caravelle (1963), en Sainte-Anne (Guadalupe), realizado con la colaboración del ingeniero Henri-Louis Trezzini (1902-1976). En oposición a una forma geométrica simple o a un volumen compacto, el complejo hotelero se diseñó como una forma dinámica, abierta y disimétrica, de carácter plástico y perfil ondulado, que sigue y se adapta a la línea de costa y que es posible gracias al empleo del hormigón armado.
La Maison Bruyère en Les Eyrascles (Maussane-les-Alpilles), construida en 1969 y ubicada entre olivares, también cuenta con un perfil ondulado que responde a la orografía del lugar, y rememora los remolinos y brisas del mistral.
Y los que ya conocierais a este famoso arquitecto, seguro que habéis oído hablar de uno de sus proyectos más radicales: L’Œuf (1973), un edificio en altura con forma de huevo, que no se amoldaba a ninguna alineación y alcanzaba los 100 metros. Tanto le gustó al arquitecto esta forma, que siguió trabajando en propuestas similares para Marsella, Mónaco y para Nueva York, donde propuso la construcción de una torre de 37 plantas con más de 125 metros de altura y un perfil ovalado.
Ante el skyline quebrado, rectilíneo y de geometrías duras de Nueva York, Bruyère levantaba un edificio de lineas suavizadas, una curva variable en todas direcciones. Ante la rigidez del rascacielos tradicional, se opone la sensualidad, la singularidad y la sorpresa.